Esta vez para ir a mi rincón levantino he hecho un rodeo peninsular con el fin de conocer las badlands de Guadix y qué maravilla, de verdad, tener el Far West a unas horas de Madrid. Tierras baldías, encarnadas, áridas, de vientos difíciles y chimeneas de hadas. Si rozas el suelo con los dedos se te manchan de rojo.
He hecho una especie de ritual para ver si abandono entre cañones, barrancos y cárcavas mi propensión a las calamidades de últimamente, que en las pasadas dos semanas me he clavado un cuchillo en el dedo (no preguntéis), he grapado sobre una mesa de cristal (ya, lo sé) haciéndola añicos y he inundado mi cocina, entre otras cosas.
Era de esperar que apareciese un buitre y me arrancase de las badlands con sus garras, pero oye, no. Aún hay esperanza.
En Guadix había junto a su catedral una imagen de la virgen que decía «Emperatriz de los Cielos». Me ha parecido tan poético. Ya se me ha ocurrido una historia, claro.
Y ahora a por los ensalmos de las olas. Ya os cuento.
Badlands
