De niña vivía no muy lejos de una calle madrileña llamada Paseo de la Habana y cuando la mencionaban yo pensaba que decían Paseo de la Vana y me imaginaba siempre que por ahí caminaba, orgullosa e insolente, una mujer que indignaba únicamente con su existencia. Cabeza alta, la Vana ignoraba los cuchicheos que se producían a su alrededor cuando pasaba. Mi pequeño homenaje a esta mujer inexistente está en mi poema Autobiográfico, incluido en Todas mis palabras son azores salvajes, el cual empieza así:
Se vanagloria, la vana Gloria.
Caprichosa. Y lo suficientemente grandiosa como para dedicarse un poema.
Gran diosa moldeada como una venus prehistórica.
Pero en el fondo, poquita cosa.
Capaz de llorarme todo el Paseo del Prado de un tirón…
La Vana
