Se van curando mis piernas magulladas. El mar lo cura todo, me decía siempre mi madre.
Pues sí, mire a donde mire veo el mar. Necesitaba levantar la vista y no ver gente gente gente coches coches coches.
No me he traído ni portátil ni tablet. Libros, un cuaderno voluminoso y mi diario. Así paso el día. Escribiendo, escribiéndome y leyendo. Paseo y juego con mi hija. Duermo. Cocino. Intento profundizar en todo lo que hago. Me aterroriza la superficialidad, caer en el postureo banal, en el culto a lo estúpido, en dar demasiada importancia a lo que se dice o hace en las redes.
Escuchamos música sin pasar a otra canción rápidamente. Escuchamos. Las dos leemos prestando toda nuestra atención al texto. Cierro los ojos y oigo las olas, el clon clon de los mástiles, a las gaviotas.
Me pienso y recargo después de haberme enfrentado estos meses a la mezquindad, aunque contrarrestada con creces por el cariño.
Cierro los ojos.
Tengo suerte.
Sanando
