El otro día volví a ver una de esas películas lésbicas de los noventa que conseguíamos de importación en la librería Berkana, Claire of the Moon. Valoraciones aparte (madre mía, jajaja), hubo una escena que me puso mal cuerpo porque me resultó muy familiar y porque hace tiempo que, afortunadamente, no rememoraba ese sentimiento.
Claire se entera de que su compañera de bungalow en un retiro de escritura, Noel, es lesbiana. Hablan de ello y Noel le pregunta algo así como:
—¿Supone algún problema para ti?
Galante, respetuosa, Noel quiere saber si compartir la casita con ella va a hacer sentir incómoda a Claire.
No. Claire es moderna, muy abierta. No te preocupes, Noel.
¡Preguntábamos si nuestra existencia ofendía!
¡Temíamos incomodar por existir!
¡Ser lo que éramos era de mala educación!
¡Era de buena educación preguntar si podíamos ser lo que éramos!
Éste es el viaje de muchas de nosotras, las lesbianas que ahora tenemos cuarenta, cincuenta años. Discretas entre semana, pelis estadounidenses para soñar, el chat de chueca.com para encontrarnos y las noches de Chueca para besarnos.
Al final no encontré la poesía en ningún rincón oscuro de esos bares que tenían nombre de secreto, de anonimato: Escape, Truco, Sutileza, Fulanita de Tal…
No la encontré en ese «pues tú no pareces lesbiana» que se supone que era un cumplido.
No la encontré dando a nadie las putas gracias por tolerarme.
No la encontré intentando ser menos gorda, menos bollera. Menos yo.
La encontré el día en que me paré a escuchar mi Deseo.
El día en que tendí la mano a mi sublime cuerpo.
Ahí está mi poesía.
Así que eso quiero para quien me lea. Que en este Día Mundial de la Poesía busquéis la vuestra.
(Y a todas las mujeres que he tenido entre mis pechos… mmm, os quiero más que Idgie a Ruth)
Día Mundial de la Poesía 2021
